FRANQUEAR LAS ESFERAS
Mariana Espeleta Olivera |
FRANQUEAR LAS ESFERAS

En una lógica de producción de bienes y servicios del mercado como la que vemos y vivimos en la actualidad, es necesario comprender el papel que han desempeñado las mujeres en el trabajo de reproducción: aquel que es privado, que no es remunerado y que implica el cuidado de otras personas. Se trata de un trabajo muchas veces invisibilizado, incluso en la academia, ya que ni los modelos capitalistas o socialistas han reconocido su trascendencia para la esfera productiva y, sorpresivamente, tampoco lo analizaron los grandes economistas como Marx, Engels, Keynes o Smith.

 

En el modelo económico en el que vivimos (neoliberal capitalista), el mercado funge como el eje principal de la producción económica a través del intercambio de bienes y servicios. En esta dinámica, los trabajadores venden su fuerza de trabajo a cambio de un salario y llevan el sustento a la familia en la esfera doméstica a partir de sus actividades en la esfera pública. Es por este fenómeno y rol establecido —repetido y estructurado— que comienza la división entre la esfera pública y privada, del trabajo productivo y reproductivo.

 

Por ello, en los estudios de la economía formal o más clásica, la labor y las aportaciones del trabajo reproductivo de la esfera privada no se reconocen como parte del mercado, es irrelevante su valor porque no es cuantificable y es invisible su importancia porque quienes lo han ejercido también lo son. De hecho, el trabajo reproductivo es contabilizado o clasificado como una actividad no económica. En resumen, desde esta perspectiva ser ama de casa, por ejemplo, no aporta a la economía formal, aunque hoy en día se admite que es una actividad que posibilita la actividad económica. Este reconocimiento al trabajo reproductivo, incluso hoy en día, es limitado; su aporte y repercusiones en la esfera productiva, invisibilizados.

 

Esta construcción histórica hace que cuando hablamos de un trabajo nos referimos al trabajo “productivo” de mercado, el que tiene lugar e incide en la esfera pública, no al reproductivo que queda fuera del imaginario como una actividad económica. En su versión más convencional, el trabajo productivo de mercado tiene lugar en otro sitio diferente al hogar y se remunera de manera formal. Ninguna teoría económica previa a la crítica feminista contempló que en la esfera privada, dentro del llamado “trabajo reproductivo”, es en donde se posibilita el trabajo productivo, principalmente a través de las actividades de cuidados, que van desde la crianza de los infantes hasta el mantenimiento de la salud y la correcta nutrición de la fuerza de trabajo. Se trata de ocupaciones que pese a ser dadas por sentadas en una sociedad convencional y en un núcleo social íntimo (como lo es la familia), son indispensables e imprescindibles para la permanencia y continuidad de un sistema económico entero. En otras palabras, la sopa que hacen las madres y esposas sostienen el sistema económico global.

 

El impacto del mercado laboral ha flexibilizado el papel de la mujer en ambas esferas y las consecuencias se han hecho sentir de manera tangible. Poco a poco, gobiernos y empresas han comenzado a formalizar y aceptar el trabajo reproductivo como un aporte a la economía formal. Desde la creación de la ONU hasta la Convención de Beijing, se ha buscado redimir el trabajo reproductivo y formalizarlo, ponerlo en el mapa del sistema económico. Algunos países nórdicos han comenzado a visibilizar su importancia; principalmente a través de la profesionalización de labores que antes se enseñaban “naturalmente” de madres a hijas, de abuelas a nietas. Actividades que históricamente se le han asignado por inercia a la mujer se han integrado ahora a programas de formación; en Francia, el trabajo doméstico remunerado está perfectamente integrado a las regulaciones laborales.

 

La discriminación de género es un asunto cotidiano y atraviesa a las esferas pública y privada por igual, en donde la mujer aún desempeña en muchas ocasiones el trabajo de cuidados, además de haberse integrado a la fuerza de trabajo productivo. En México, no obstante, ha imperado una cuestión íntimamente relacionada con lo cultural en el ámbito del trabajo reproductivo, impidiendo un progreso como el observado en países que han implementado políticas de bienestar ya consolidadas, como lo llevado a cabo por algunos gobiernos en relación a la economía de cuidados y el bienestar. Muchas mujeres enfrentan la doble responsabilidad, aunque se ha promovido que en el núcleo doméstico-familiar las personas distribuyan equitativamente las tareas, que le entren todos parejo a la chamba.

 

En las empresas, las medidas más usuales para equilibrar el trabajo productivo-reproductivo en ambos géneros son la flexibilización del trabajo y la conciliación entre los campos laborales y familiares, fomentando la corresponsabilidad y permitiendo el trabajo laboral en el hogar durante determinadas horas semanales, para hombres y mujeres por igual. Se trata de una decisión acertada, que funge como paliativo a una realidad que aún es desigual e incluso discriminatoria.

 

No obstante, es necesario tener cuidado sobre este tipo de medidas. Primeramente, si no se trabaja en la cuestión cultural, el resultado de esta flexibilización es que de cualquier manera sean las mujeres quienes asuman la carga doméstica además de la carga laboral indefinida desde el modelo home office, mientras que ellos atienden únicamente la labor productiva que históricamente ha desempeñado.

 

Ante este panorama tan complejo, la igualdad salarial, una de las luchas fundamentales para conseguir equidad laboral, no alcanza a resolver los tantos problemas de fondo —como el acoso laboral—, pero sin dudas ayudaría en el complejo camino de alcanzar los mismos derechos. Combatir los nuevos mecanismos que posibilitan el refinamiento de la discriminación, mediante normativas y un <>, se vuelve entonces un pilar central para poder ejercer la libre competencia por puestos de trabajo entre hombres y mujeres. La equidad debe transformar ambas esferas y ayudar a la inclusión, dejándonos ver su relevancia para el desarrollo individual, pero también de la sociedad en conjunto.

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