En los surcos que hay entre los renglones de una página, muchas historias se han sembrado. La tradición literaria mexicana, como caso a destacar en Latinoamérica, acudió desde su inicio al espacio rural en busca del manantial de historias que le permitiera presentarse y enfrentarse a lo que llegaba de Europa.
Si se remite únicamente al año de su publicación, 1865, es Astucia, el jefe de los hermanos de la Hoja, una novela fundacional de la literatura mexicana. Su autor, Luis G. Inclán, consiguió el permiso de publicación en pleno reinado de Maximiliano y Carlota, sin embargo, el libro no retrata la gran historia que se vivía en ese momento en el país, sino que se enfoca en las vivencias de Lorenzo Cabello, quien por azares del destino termina convertido en contrabandista, pero con un toque de Robin Hood.
Así, el primer antihéroe de la narrativa mexicana lleva a los lectores, durante dos tomos, a recorrer los caminos de ese México del siglo 19, en el que prevalecía lo rural antes de que las ciudades engulleran la tierra y convirtieran al campesino en obrero industrial.
Y es de los caminos que quizá recorrió Lorenzo Cabello que llegan, como ecos, las historias escritas por quien es considerado el gran autor de la narrativa rural en México, Juan Rulfo. Con apenas tres obras de elocuente brevedad, el autor jalisciense es el primer referente cuando de literatura y campo se trata. Sin embargo, hay otros nombres e historias que son dignos de recorrer, ya sea con la calma de los pies descalzos o a toda prisa, para entregar el contrabando.
La ruta principal
Lo que marca la obra de Juan Rulfo es brevedad y ritmo. La cuestión de una obra reducida que, sin embargo, le valió premios como el Príncipe de Asturias en 1983, ha sido abundantemente comentada; por lo que resulta más interesante abordar el ritmo que encierran sus páginas, su oralidad.
Así como los trabajadores del campo encuentran la mejor manera de hacer sus labores dibujando una coreografía corporal, los personajes de Juan Rulfo crean con sus palabras una música que acompaña sus historias. Los diecisiete cuentos que integran El llano en llamas (1953) parecen pedir una lectura en voz alta que proclame el cariz doliente de la Revolución Mexicana.
Pero no sólo se trata de las voces de Justino, Juvencio Nava o Anacleto Morones, también las de Fulgor Sedano, Juan Preciado, Eduviges Dyada y el mismísimo Pedro Páramo requieren de los lectores para contar, a voz en cuello, la historia de un cacique contrariado en el amor que se consume y, como un Rey Midas malogrado, convierte en piedra todo lo que toca. Publicado en 1955, Pedro Páramo es el libro más celebrado de la trilogía rulfiana.
Tres años después, en 1958, apareció El gallo de oro, otra historia breve que se mantiene en el ámbito rural y en la que el sentido nomádico, presente en la obra de Luis G. Inclán, se manifiesta en los protagonistas, Dionisio Pinzón y La Caponera. Es el primero quien más caminos recorre en busca de los palenques de las ferias. Ahí, donde entre apuestas y tragos los hombres pierden su dinero, él ha encontrado un medio de subsistencia, las peleas de gallos.
Tanto de El gallo de oro como de Pedro Páramo, y de algunos cuentos de El llano en llamas, hay versiones cinematográficas. Estas adaptaciones, sin embargo, van ya marcadas con el ritmo de alguien más, si se busca recorrer el campo mexicano y expresar la oralidad de antaño, lo mejor es acudir a la fuente primigenia, las hojas surcadas de letras.
La vía femenina
Así como Nellie Campobello abordó en Cartucho (1931) relatos de la Revolución Mexicana en el norte de México, principalmente en Chihuahua; Sofía Segovia recreó una historia, también en tiempo de guerra, suscitada en Linares y Monterrey.
La autora es la primera en reconocer las licencias artísticas que tomó al escribir El murmullo de las abejas (2015), novela en la que retoma un hecho real pero con un tono literario casi fantástico que hace eco de otro gran camino de la literatura mexicana y latinoamericana, el realismo mágico.
En las páginas del libro de Segovia se cultivan árboles de naranjo, y entre azares y azahares, un misterioso niño, llamado Simonopio, llega a la hacienda de los Morales para, acompañado por miles de abejas, cambiar el destino de la familia que lo acoge.
La historia narrada por la autora toma como mero telón de fondo la Revolución Mexicana, y aunque cuestiones políticas y legales —como la visita de Abraham Ángel o la Reforma Agraria—, se mencionan en la novela, lo primordial es narrar una historia de familia, más que aventurarse de lleno en el subgénero de la novela revolucionaria.
También en Como si no existieras (2018) de Susana Corcuera, lo primordial es la historia que sucede puertas adentro de la hacienda de Colutla. El ámbito rural es nuevamente el medio para desarrollar y conocer los avatares de dos hermanas que se dejan maravillar por los cañaverales que las rodean pero cuyo pasado, como el insistente y monótono chirrido del ingenio, se empeña en volver para destruirlo todo.
Un libro que bien podría considerarse inaugural del realismo mágico y que quizá ha influido en la creación de otros al combinar hechos históricos con tramas familiares, es Los recuerdos del porvenir (1963). Elena Garro, su autora, lleva a los lectores a Ixtepec, un lugar perdido en lo más profundo de México hasta el que llegan los horrores de la guerra cristera (1926-1929), con lo que se trastoca la tranquilidad del pueblo entero y se modifican los destinos de los hermanos Isabel, Nicolás y Juan.
Sangrienta como toda guerra, pero virulenta como sólo puede ser una que tiene a la religión como motivo principal, la anécdota bélica retomada por Garro terminará por engullir todo a su paso.
Años después, es Isabel quien recuerda todo. Condenada a observar eternamente el resultado de sus acciones, hace un recuento de nostalgia y de vaticinio, aderezado con el rumor del viento entre la hierba y el de los pies del lector que recorre los caminos rurales de la narrativa.
Otras latitudes
También en otras tradiciones literarias se echa mano de los ambientes rurales, incluso en algunas tan lejanas geográficamente que parecieran no tener ninguna relación con la mexicana.
Un ejemplo de lo anterior es Y las montañas hablaron (Salamandra, 2013), del exitoso Khaled Hosseini. En esta novela, posterior a Cometas en el cielo, el autor arranca su historia en una remota aldea de Afganistán, la noche anterior a un largo viaje que cambiará para siempre la historia de Abdulá y Pari, dos hermanas cuyo destino las llevará, de distinta manera, a recorrer el mundo.
La autora polaca Olga Tokarczuk publicó en México, en 2015, su novela Sobre los huesos de los muertos (Océano), que transporta al lector hasta un bosque en Polonia en el que, de manera misteriosa, empiezan a morir cazadores furtivos. Ese espacio, en el que la tierra también es lo primordial, sirve de telón para una trama que oscila entre el horror y la novela policiaca, con un inesperado final tan gélido como el invierno más cruel.